domingo, 24 de enero de 2010
Haití copado de Penurias
Daniel Merchán M.
En momentos en que el desastre se apodera de una de las naciones de nuestro apreciado caribe y de la extensa América, hay que valorar los resultados y daños que han ocurrido y ante todo desarrollar la capacidad suficiente para iniciar el rescate de un país que ha estado durante años sumergido en la pobreza y en un sin fin de penurias que no le permiten surgir como estado, es hora de demostrar el fraternalismo del que tanto se habla en nuestros países y aportar la ayuda disponible para cambiar y encaminar un nuevo inicio de la mejor manera posible, en una sociedad que pareciera haber recibido un destino resignado al dolor y el sufrimiento con muy pocas opciones y esperanzas.
El terremoto de magnitud 7,3 en la escala Richter, registrado a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití, liberó una energía equivalente a la explosión de 200.000 kilos de trinitrotolueno (dinamita), según expertos en geología. Un sismo de 7 en la escala Richter provoca destrucción masiva, con deslizamiento de terrenos que sepultan cualquier población. El Instituto Geológico de Estados Unidos ha asegurado que es el más potente sufrido en el país en 240 años. Los daños al gobierno y la cifra de muertos todavía no se han calculado, pero la destrucción en la capital Puerto Príncipe ha costado numerosas vidas y ha destruido instalaciones, incluyendo oficinas del gobierno.
La situación de los niños, niñas y mujeres en Haití era de gran vulnerabilidad antes de que el terremoto golpeara la isla. Haití es uno de los países más pobres del mundo, ocupa el lugar 148 de 179 países según el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y está en constante lucha para recuperarse de años de violencia, inseguridad e inestabilidad mientras lidia con un desastre natural tras otro. La distribución de ingresos de Haití es altamente desigual: solamente uno de cada 50 haitianos tiene ingresos fijos, Igualmente desigual es el acceso a servicios básicos: cuanto más pobre son los niños de la isla, menores posibilidades tienen de tener acceso a sus derechos más fundamentales. Demasiados son los niños, niñas y mujeres en Haití que deben luchar a diario por sus derechos a necesidades básicas como la nutrición, el agua potable, la educación y la protección contra la violencia.
Haití también tiene el segundo índice más alto de densidad demográfica en el hemisferio occidental. Se estima que un 46% de la población tiene menos de 18 años de edad, por lo cual la lucha de los niños y niñas haitianos se redimensiona a lo largo y a lo ancho de la sociedad con serias consecuencias para el futuro desarrollo de éste país. Los efectos de este último desastre natural, posterior a una devastadora temporada de huracanes en 2008 de la cual el país aún no se había recuperado, serán catastróficos. El hacinamiento y el limitado suministro de agua potable y saneamiento, más allá de ésta emergencia, acarrean un alto riesgo de enfermedades contagiosas que sólo se potencia durante catástrofes naturales combinándose con dificultades en la entrega de suministros básicos.
Sean cuales sean las razones por las que la naturaleza nos ha demostrado en Haití nuestra vulnerabilidad ante ella y su inmenso poderío, la reflexión que debe hacerse es frente a nuestra condición humana en este mundo, quizás el planeta este respondiendo en la misma medida al cómo lo agredimos, quizás sean horas para evidenciar nuestra capacidad de ayuda y respuesta ante las crisis inesperadas, quizás debamos entender que tenemos que crecer todos los países juntos y no dejar de un lado a aquellos que tienen menos condiciones de hacerlo, cualquiera que fuese el motivo, la meta es y debe ser el de persistir en la lucha continua por la conservación de la vida de cada uno de los seres que tenemos el placer de habitar este singular hogar al que llamamos tierra, y así recordar un excelente proverbio ruso para estas ocasiones en particular: “caer esta permitido, levantarse es obligatorio”.
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